La Sevilla del s.XVI

Sevilla - 1598 - Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla - Grabado - Parcial

Muchos grabados con vistas de Sevilla de los siglos XVI y XVII, ostentan el lema: «Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla». Esa es la imagen de la ciudad que difundieron grabadores y viajeros europeos, a los que se sumaron escritores nacionales, como Luis de Peraza que escribió la primera Historia de Sevilla en 1535. Lo cierto es que desde eestablecimiento en esta ciudad de la Casa de Contratación de Indias en 1503, a lo que hay que sumar las bodas del emperador Carlos V en 1526, Sevilla se convirtió en un foco de atracción internacional, de la que Gil González Dávila, todavía en 1647 le denominaba:

Sevilla - 1572 - Braun Hogenberg - Civitates Orbis Terrarum

«Corte sin Rey. Habitación de Grandes y Poderosos del Reyno y de gran multitud de Gentes y de Naciones … compuesta de la opulencia y riqueza de dos Mundos, Viejo y Nuevo, que se juntan en sus plazas a conferir y tratar la suma de sus negocios. Admirable por la felicidad de sus ingenios, templanza de sus aires, serenidad de su cielo, fertilidad de la tierra…»

Sevilla - 1565 - Grabado publicado en CIVITATIS ORBIS TERRATUM - 1598 - Dibujo de Joris Hoefnagle

Pero acerquémonos un poco a la ciudad en la época que vio nacer su Universidad, a sus gentes y sus instituciones, sin duda la mejor etapa de Sevilla que bien podríamos llamar el «siglo de plata», que no de oro, pues aquel metal corría en mayor cantidad por el puerto y la ciudad puerta de Indias. Por algo escribía Lope de Vega en una seguidilla: «Vienen de Sanlúcar rompiendo el agua a la Torre del Oro barcos de plata»

En general, el trazado callejero de Sevilla en el siglo XVI continuó con la fisonomía de la época islámica, sostenida, en muchas zonas de la ciudad por la presencia de minorías étnicas -moriscos y judíos- a los que las leyes pretendieron aislar en algunas collaciones. La Sevilla del siglo XVI no será otra cosa que el producto de la transformación del urbanismo islámico montado sobre el romano-visigótico. Las casas hasta bien entrado el siglo siguieron ofreciendo unas modestas fachadas pues la casa musulmana se vuelca sobre el interior.

Sevilla - 1544 - Cosmographia - Sebastian MuensterPero los aires renacentistas traerán desde Italia ideas sobre la monumentalidad de los edificios, las perspectivas de los mismos sin son públicos, las calles anchas y rectas, etc. Muchas disposiciones reales tenderán a liquidar estrecheces y salientes en las vías que deben ser anchas y soleadas. Los edificios públicos se construyen exentos y con monumentalidad.

El siglo XVI es el siglo monumental por excelencia en Sevilla; los más importantes edificios del centro histórico son de esta época: Catedral (terminada en 1506), Lonja/Archivo de Indias (1584-1598), Giralda (campanario y Giraldillo: 1560-1568), Ayuntamiento (1527-1564), Hospital de las Cinco Llagas (1544-1601), iglesia de la Anunciación (1565-1578), Audiencia (1595-1597), la Casa de la Moneda (1585-87)… Los nuevos patrones estéticos-arquitectónicos-urbanísticos permitieron en Sevilla derribar saledizos, arquillos y ajimeces (balcones) con el fin de eliminar la humedad e introducir el sol en las arterias urbanas.

Pero en Sevilla era difícil implantar regularidad y simetría en el trazado urbano ya que carecía de plan de ordenamiento como hoy en día. Así pues, las calles sevillanas siguen siendo estrechas, llenas de viandantes, caballerías, basuras, escombros, tenderetes, etc. Resultaba difícil transitar por las calles y plazas comerciales, llenas de puestos, tinglados y mostradores portátiles.

Sevilla - 1588 - Sevilla Circa - Joris Hoefnagel (Dutch, 1542-1600)

En el siglo XVI conservaba Sevilla su forma casi redonda, «aunque algunos antiguos de nuestra patria -como escribe Mal Lara- le dieron forma de lanza gineta, que la punta sea la puerta de la Macarena y el ojo por donde se enhasta, el postigo del Alcázar, y los lados anchos, la puerta de Carmona y el costado del Río»

La irregularidad del trazado obedecía en el fondo a una concepción utilitarista: no se necesitaban calles rectas pues aún faltaba el tráfico rodado y su sinuosidad facilitaban la defensa ante un peligro interior. Las calles estrechas eran simples viales por donde pasar, en las que su angostura y los toldos evitaban que el sol estival castigase más a los habitantes. Para estar y convivir existían las plazas y otras vías más anchas donde se situaban los comercios, en particular cerca del núcleo religioso-político. Cronistas de la época como Luis de Peraza nos hablan de calles «anchas y soleadas» como la que nacía en la Puerta de la Macarena o Sierpes o San Vicente. (Está claro que el concepto de anchura de la época no es el actual, a juzgar por estas calles aún existentes).

Sevilla - 1625 - Francesco Valegio - Raccolta delle più illustri et famose città di tutto il mondo

No obstante, los cristianos sí innovaron algo en la ciudad: las plazas. La ciudad se llenó de ellas delante de los templos, palacios o edificios públicos, aunque no eran tan grandes como en otras zonas peninsulares. La plaza sevillana por antonomasia era la de San Francisco, toda porticada, con una fuente en un extremo. Fue el gran escenario de la ciudad, rodeada por edificios muy principales: Ayuntamiento, Audiencia, Convento de San Francisco y la Cárcel Real. Pero la mayor de las plazas, eso sí natural, fue la llamada de la Laguna, que en 1574 urbanizara don Francisco de Zapata, Conde de Barajas, plantando multitud de álamos. Desde entonces fue la Alameda de Hércules, por las dos columnas romanas que se levantaron en su extremo con las estatuas de Hércules (mítico fundador de Sevilla) y de César (supuesto constructor de las murallas).

Sevilla - 1706 - Vincenzo Maria Coronelli

La limpieza de la ciudad parece que dejaba mucho que desear. La basura en las calles era un mal general. La gente acostumbraba a arrojar los desperdicios a la calle al igual que los desechos, dejar los restos de materiales de construcción, hacer hoyos, volcar aguas sucias, etc. Los bandos del municipio prohibiendo tirar a la vía pública animales muertos, estiércol y aguas, o escombros y despojos junto a la muralla y el Arenal se suceden a lo largo del siglo casi con el mismo ritmo que las peticiones de los vecinos y el arreglo de los baches cuando se acercaban las fiestas. En el Arenal se levantaba el Monte del Malbaratillo, formado por las basuras e inmundicias que allí arrojaban desde tiempos remotos los vecinos aledaños.

En el empedrado o enladrillado de las plazas y calles se formaban crónicamente zanjas a causa del tránsito de bestias y carretas. En las plazas, donde personas, animales y carromatos se concentraban para el mercado, los baches y montones de estiércol eran continuos. Los charcos en invierno y el polvo y mal olor en verano eran molestos. La misma plaza de San Francisco fue objeto de un bando del Cabildo que conminaba a los vecinos a limpiarla bajo pena de 1.000 maravedíes; se llegó a tal extremo que no se podía andar a pie ni a caballo. En otras ocasiones, fueron los vecinos, y los párrocos como sus portavoces, los que exigen se eliminen las inmudicias de la ciudad. Domínguez Ortiz contabilizó hasta ocho calles que llevaban el nombre de «Sucia», no porque las demás fueran limpias, sino porque la suciedad era superior a las demás.

A final de siglo el tema parecía seguir igual o peor; en 1594 Felipe II dictó una real provisión nombrando a cuatro alguaciles como encargados de visitar y asear la ciudad de Sevilla. Ariño indica que en 1597 se condenaba a diez días de cárcel y 20 maravedíes si fuese esclavo o criado o criada a los que arrojasen aguas sucias ni de enjabonaduras por las ventanas a las calles. No obstante, en el cabildo de 5 de marzo de 1598 un teniente de Asistencia decía: «es vergonzoso ver la ciudad cuán perdida está con inmundicia y montones de basura que hay por todas las plazas y calles que propiamente están hechas muladares».

El mal olor se combatía en las casas con abundante vegetación. El famoso cronista de la época Peraza cuenta hasta 210 huertas y jardines, entre palacios y conventos, que ocupaban amplias parcelas en el recinto urbano. Del caserío cuenta un total de 12.000 viviendas, dotadas de patios enladrillados, portales y pozos; en los patios no faltaban plantas odoríferas y macetas, ni en los jardines pérgolas de jazmines, rosales, cidros, naranjos, mirtos y otras plantas y flores.

La traída de aguas para abastecer la ciudad se hacía a través de los Caños de Carmona árabes (1) y gracias a una serie de fuentes cercanas como las del Arzobispo, la de Martín Tavara y algunas de Alcalá de Guadaira. En las casas donde el agua no llegaba -la mayoría- se disponía de pozos y aljibes, usándose norias para regar las huertas y jardines. Además había numerosas fuentes públicas, probablemente unas 300.

Caños de Carmona - Tramo final

«En toda la ciudad en común, se derivan de los caños de Carmona, y acueductos del Arzobispado tantas fuentes que casi no hay casa principal que las tenga, con muchos huertos y jardines: lo cual, con otros reparos, en el más ardiente verano, junto con las suaues mareas que correden de ordinario, hazen la ciudad notablemente apacible, fresca y regalada.»  Rodrigo Caro (1573-1647).

«Hay en Sevilla mucha agua potable y un acueducto de trescientos noventa arcos, algunos duplicados por un cuerpo superior, para vencer el desnivel del terreno; va por este artificio gran cantidad de agua y presta muy buen servicio para el riego de jardines, limpieza de calles y viviendas, et.» Jerónimo Münzer (1495).

Caños de Carmona - 1860 - Joaquin Quichot y Parody

Magistralmente dice Morales Padrón en una magnífica síntesis: «Sevilla en el siglo XVI seguía siendo clausura e irregularidad. Clausura por su muralla y clausura de sus casas; clausura de sus mujeres ‘tapadas’ a la usanza mora; e irregularidad en su vida cosmopolita, en el discurrir de sus calles y en las formas de las manzanas integradas por casas cuyas fachadas no guardaban traza paralela. No es posible efectuar un corte radical y decir: aquí acaba la ciudad islámica y comienza la cristiana. Sin embargo, entre la Sevilla islámica y la cristiana mediaban varios siglos; pero las semejanzas aún eran manifiestas. No sólo porque una era continuación de la otra, sino por el tono de vida.»

La casa sevillana del siglo XVI ofrecía varios tipos: la casa de gente acomodada o humilde, el corral de vecinos y el palacio. Las Ordenanzas de Sevilla, recopiladas en 1527 aunque realmente mucho más antiguas, nos hablan de las distintas clases de casas que exigían las costumbres:

  • Casa común, que tenía portal, sala y los departamentos que «el señor (el propietario) demandase»
  • Casa principal, con salas, cuadras, cámaras y recámaras, portales, patios y recibimiento
  • Casa real, con análogas dependencias, de «todos los miembros que pertenezcan a casa de rey, príncipe o gran señor».

Se hacían con tapial, adobe, ladrillos y piedra. En cuanto al aspecto exterior de las casas urbanas, Morgado señala que antes del siglo XVI «todo el edificar (en Sevilla) era dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior», siendo una novedad que en su tiempo (1582) se labraban ya «a la calle».

Durante mucho tiempo los cristianos prosiguieron la costumbre musulmana de descuidar el exterior de sus casas y concentrar su atención en el interior, donde la luz entra por patios, jardines y corrales. El patio central, como base dispositiva, es tan característico de España que los extranjeros la llaman «a modo de Castilla», que muchos consideran como derivado de la casa morisca. En opinión del arquitecto Vicente Lampérez (1861-1923), la opinión parece infundada. En la casa «a modo de Castilla» el ingreso es directo, por un zaguán; en la casa morisca el ingreso es siempre lateral, por un zaguán tortuoso, con uno o dos codos, que aíslan el interior del exterior.

Documentos y cronistas hablan de los corrales, viviendas comunales de origen árabe. Se mantienen en la Sevilla del siglo XVI debido quizá al rápido crecimiento poblacional, «para gentes que no podían tanto» como decía Alonso Morgado en 1582. De uno de ellos este cronista habla de 118 vecinos, lo cual da unos 470 habitantes, como término medio.

Corral del Conde - 1924

El corral, como el adarve o callejón ciego, se podía cerrar garantizando la seguridad nocturna y aislando a sus habitantes de incomodidades callejeras como eran el ruido y la suciedad. Para las minorías étnicas no cristianas el corral y el adarve eran buenos refugios. También los pobres cristianos hallaron en el corral un techo donde cobijarse haciendo de su patio un centro de convivencia especial; el patio era la gran plaza, para hacer todo tipo de vida, incluidas grescas, juegos y gritos, toda una «ciudad interior».

Hacia el final de siglo, con el comercio de Indias, el caserío mejoró notablemente. Con el incremento de rentas y de población, la construcción de casas aumentó; entre 1561 y 1588 se levantaron en Sevilla más de 2454 nuevas casas, sobre todo en Triana (900) y San Vicente (742). En 1570, el cronista Juan de Mal-Lara afirma que la ciudad es muy distinta a la que conoció el embajador veneciano Andrea Navajero en 1526, cuando vino a la boda del Emperador. Como siempre ha sido, fue un negocio que se prestó a la especulación y para los abusos, en tanto que algunos se apropiaban de terrenos públicos pertenecientes a plazas o calles.

Según el profesor Morales, la transformación de las viviendas sevillanas debió acometerse en la primera mitad de la centuria, conforme a una concepción renacentista. En 1547 Pero Mexía hace decir a sus personajes que «de diez años para acá todos los vecinos labran sus casas a la calle y se han hecho más ventanas y rejas que en los treinta años anteriores». Aún quedaban muchas viviendas bajas y humildes, de una sola planta, pero ello era debido entre otras cosas a que por el clima húmedo de Sevilla interesaban casas bajas y soleadas en calles anchas para combatir la mumedad escapada del río y de las arriadas. Es ésta la explicación de Mexía cuando justifica la supresión de saledizos y ajimeces (balcón saliente hecho de madera y con celosías) que se efectuaba entonces. Y es el mismo criterio de Morgado que contrapone la morada castellana a la sevillana, baja, con patios y corredores a fin de que le entre los aires y el sol. Había otra razón para prohibir el volado de los pisos: los terribles incendios que consumían manzanas enteras y hasta porciones enormes de ciudades, a pesar de las severas ordenanzas del «cubrefuego».

Los límites de la capital lo establecía la muralla, obra almorávide y almohade, que cerraba la ciudad a lo largo de unos seis kilómetros. Y exterior a ella, sus dos ríos  (sí 2): el Guadalquivir por el oeste y el arroyo Tagarete por el este y sur; éste último ya no puede verse por la ciudad pues fue cubierto y desviado a lo largo de los siglos. Pero en el siglo XVI todavía suponía un límite para la comunicación con la campiña periférica.

La muralla, hecha de cal, arena y guijarros (2), tenía su barbacana (muro anterior más bajo), separada por un foso de unos tres metros de ancho (aún puede verse perfectamente por la Macarena). La cerca tenía entre 166 a 200 torres y casi una docena de puertas más tres o cuatro postigos: Sol, Osario, Carmona, Carne, Macarena, Triana, Arenal, Real, Córdoba, Jerez, Goles, Bib Johar, Almenilla, y Bibarragel. De todas las torres, la mayor y más galana era la Torre del Oro, una torre albarrana (fuera de la línea de muralla) que permitía defender el río y el acceso al puerto.

Muralla de Sevilla

Las puertas jugaron un papel determinante en todos los sentidos, incluso en el sentimiento de guarda y clausura que durante la noche protegía la vida y la salud de los vecinos, pues consideradas como cosas santas, quebrantarlas estaba castigado hasta con la pena de muerte en las Partidas. Las puertas se abrían a la salida del sol y durante el día permanecían abiertas, pues muchos trabajaban fuera de la ciudad en los campos de labor inmediatos, en los molinos, las viñas y las huertas que abastecían Sevilla, como la del Rey o las próximas a la Macarena, en los barrios portuarios como Triana, en los conventos extramuros como los de la Trinidad, San Bernardo o San Jerónimo, en hospitales como el de la Sangre o el San Lázaro. El trasiego de viajeros por las puertas camineras de Carmona, Córdoba, Macarena, Jerez o Triana tuvo que ser incesante. Pero al atardecer los guardas cerraban las puertas sin excepciones.

Sevilla - 16XX - Murallas de Sevilla s.XVII

El muro fue creado para la defensa contra enemigos exteriores. Desde el siglo XIII en que Sevilla fué conquistada por San Fernando, ya no tenía esta función, aunque siguió ocupando una papel importante en la defensa frente al gran enemigo histórico de Sevilla: el río Guadalquivir y sus avenidas. Diecisiete inundaciones se registraron en Sevilla durante el XVI, más una veintena que afectaron parcialmente al recinto de la ciudad. Por ello se conservaron hasta el siglo XIX. Fuera de las murallas, las aguas embarraban y arrasaban los cultivos y sembrados, arruinando las cosechas y cortando las comunicaciones durante semanas. En ocasiones, la violencia de las inundación era tal que se llegaba a romper el puente de barcas, aislando a Sevilla de Triana y de su entorno. El puerto fluvial, vital para la economía de la ciudad, sufrió siempre la fuerza de las avenidas, interrumpiendo el funcionamiento de la aduana, dañando las mercancías y los almacenes que las aguardaban, anegando los barcos. A veces, las inundaciones del Guadalquivir se veían incrementadas con las aguas del Tagarete, el otro cauce que bordeaba la ciudad por el este y sur.

Por otra parte, la muralla actuaba en las ciudades europeas como cordón sanitario que las aislaba del exterior enfermo en tiempos de epidemia. Sevilla no era una excepción. En cuanto se tenía noticia de la aparición de un brote contagioso, se colocaban guardas en las puertas para vigilar que la gente que entraba no procediera de lugares infectados. Una vez que se tomaba la decisión de prevenirse del contagio, la ciudad se cerraba.

Su estado de conservación en el siglo XVI parece que era muy bueno; un cronista de la época relata que «en algunas partes están casi tan nuevos y enteros (los muros) que parecen haberlos ahora acabado». No obstante, su pérdida de valor defensivo hizo que su entorno estuviera muy descuidado. Se adosaron construcciones a ella y en otros puntos se acumularon basuras en cantidades ingentes.

Tal fue la acumulación de basuras que Hernando Colón construyó su magnífica casa-biblioteca en el barrio de los Humeros sobre uno de estos muladares en 1526; la casa quedaba por encima de la muralla, tal era la altura del basurero que llegó casi a igualar la de los muros. Según recientes estudios arqueológicos, tan inestables cimientos y las inundaciones del cercano río, debieron provocar su hundimiento tras la riada de 1603.

Tras las murallas -o fuera de ella en los arrabales- la población vivía agrupada en collaciones. Éstas, al igual que los barrios y arrabales islámicos, estaban integradas por un conjunto de viviendas y vecinos en torno a un templo que podía vivir independiente. Dentro de la collación o parroquia o en su periferia quedaban insertados los barrios tipificados -igual que en el caso musulmán- por una actividad económica, burocrática o por una etnia o nacionalidad (toneleros, toqueros, francos, catalanes, etc.).

En la primera parte del siglo XVI, Sevilla contó con 27 templos parroquiales y dos jurisdicciones exentas; al final de siglo se añaden dos nuevas parroquias extramuros (San Bernardo y San Roque) y desaparecen las jurisdicciones exentas. Casi como en los tiempos árabes, se mantienen y desarrollan las alcaicerías, barrios donde se vendían productos especiales; estaba la Alcaicería de la Seda, entre la Puerta del Perdón y la Plaza de San Francisco; más allá, entre Sierpes y Francos, se extendía la denominada simplemente alcaicería, la cual adquirió gran relevancia en este siglo por mor del tráfico comercial con las Indias.

La ciudad no escapó a una serie de calamidades que desajustaron muchas veces la vida urbana. Terremotos, sequías, arriadas, huracanes, hambres, pestes, incendios … constituyeron auténticas maldiciones. En 1533 hubo un gran incendio en el Campo de Tablada; en 1562 otro acabó con un buen número de barcos fondeados en el río; en 1579 hizo explosión la fábrica de pólvora trianera, matando a 200 personas y derribando otras tantas viviendas.

Las arriadas fueron unas constantes que obligan a situar al río Guadalquivir como telón de fondo de la historia de Sevilla. Constan inundaciones en 1503, 1507 (ambas rompieron el puente de barcas), 1510, 1523, 1543, 1544 (una arriada repentina hizo que entraran barcos en la ciudad por el postigo de los Azacanes), 1545 (otra arriada repentina que se llevó el puente y doscientas casas en Triana), 1549, 1554, 1586, 1591, 1592 (las barcas iban por las calles de la Carretería), 1593, 1594, 1595, 1596 y 1597.

En otras ocasiones fué la falta de agua la que provocó hambre y miseria. Hubo grandes sequías en 1522, 1540 (se sacó a la Virgen de los Reyes y llovió), 1560, 1561, 1562 y 1571.

 Para terminar esta breve panorámica de la Sevilla del siglo XVI, desde la óptica de un sevillano, no podemos despreciar la opinión de los viajeros extranjeros de la época, que en general fueron pocos en la mayor parte del siglo. Entre las visiones negativas de lo español y lo andaluz nos encontramos al italiano Guicciardini que, al final del siglo XV dirá de los españoles: «Estiman vergonzoso el comercio; la gran pobreza del país no se debe a las cualidades del mismo sino a la vagancia de sus habitantes; mandan fuera las materias primas para que allí las industrialicen; viven en casas miserables y lo que tienen que gastar se lo gastan en ellos mismos o en una mula llevando encima más de lo que queda en casa».

De los andaluces dirá: «Son de carácter sobrio y soberbios por naturaleza, sin que a su parecer, haya nación alguna que se les pueda comparar; en el hablar son muy exaltados de sus propias cosas y se ingenian en aparentar cuanto pueden;…Son más inclinados a las armas tal vez que ninguna otra nación cristiana y tienen mucha aptitud para ellas, proque son de estatura ágil y muy diestros y ligeros de brazo. En las armas estiman mucho el honor, de modo que por no mancharlo no se preocupan, en general, de la muerte».

Sevilla - 15XX - Finales s.XVIDesde luego, no ha dejado títere con cabeza, aunque reconoce que «hay algunas bellas ciudades, como Barcelona, Zaragoza, Valencia, Granada y Sevilla». Algo de razón tendrá, como veremos en otras páginas, sobre la poca afición al trabajo manual, algo que en la época era deshonroso.

Pero también los hubo positivos como el alemán Jerónimo Munzer, que viajó por España entre 1494 y 1495, también conocido con el nombre latino de Hieronymus Monetarius. De Sevilla dijo: «ciudad del famosísimo reino de Andalucía, conocida en latín con el nombre de Hispalis, situada en una extensa y hermosa planicie, mayor que ninguna otra de las ciudades de España que visité y cuyo campo produce en abundancia prodigiosa, toda clase de frutos, especialmente aceite y excelente vino. Vi la ciudad desde la altísima torre de la Catedral, antes mezquita mayor, pareciéndome doble que Nuremberga; su forma es casi circular; al pie de sus murallas hacia el occidente corre el Betis, río caudaloso y navegable, que a la hora de pleamar crece tres o cuatro codos, llevando entonces el agua ligeramente salada, así como al bajar la marea tórnase dulcísima. Además de éste, hay en Sevilla mucha agua potable y un acueducto de 390 arcos, algunos duplicados por un cuerpo superior para vencer el desnivel del terreno; va por este artificio gran cantidad de agua y presta muy buen servicio para el riego de jardines, limpieza de calles y viviendas, etc. Tambien tiene la ciudad buenos monasterios de franciscanos, agustinos, dominicos y conventos de monjas».

No menos interesante la descripción del río y su puerto que hace Diego Cuelbis en 1599, en que viaja por España: «Sevilla es una de las más nobles y riquísimas ciudades de las Españas. Cabeza del Reyno y Provincia de Andalucía. Es ciudad muy apacible, muy llana y muy alegre, llena de gente muy noble y casas antiguas. Está puesta a la ribera del río Guadalquibir que se llamaba antiguamente Betis: que allí es tan ancho y hondo que pueden bien llegar junto a la ciudad grandíssimos navíos de quatrocientas y quinientas y más toneladas. Es uno de los más principales puertos de España, donde salen cada año grandíssimas armadas y navíos o Galeones para las Indias Occidentales cargadas de todas mercaderías de manera que en esta ciudad está el trato principal de las Indias del Poniente. Tienen aquí su trato casi todas las naciones, alemanes, flamencos, franceses, italianos».

Fuente: «Historia de Sevilla en el s.XVI» por Alfonso Pozo Ruiz.